lunes, septiembre 26, 2005

Un gato enamorado

Cuando un gato se pone a hablar, es que está enamorado. O que se ha comido al loro.

Cuando un gato está enamorado, es que su dueña es una mujer hermosa. Aunque también puede vivir un loro con ellos.

Cuando la mujer hermosa es la hija de un rabino, entonces es que se trata de una historia de Joann Sfar.

El autor francés lleva sorprendiendo varios años con la originalidad de sus historias, la calidad de sus textos y la aparente sencillez de sus dibujos. La historia que nos cuenta en cuatro tomos publicados ya en Francia, de los cuales tres ya han aparecido en España, es sorprendente, hermosa, delicada, inteligente, profunda y muy emocionante.

La vida de un gato en una sencilla familia argelina, ambientada en la época de entreguerras, cambia cuando decide que el loro de la casa habla demasiado. Incapaz de decir si es judío o no, se enfrasca en complejas discusiones religiosas que el padre de su dueña, un rabino viudo que desea ver bien casada a su única hija. Es el mismo animal el que nos cuenta lo que ocurre, en una voz en off de frases cortas pero directas. O mediante largas discusiones con los miembros más radicales de la comunidad judía, que resume de una manera escueta y cruel.

Pero aunque un gato sepa hablar, sigue siendo un gato. Va a la suya. Hace lo que se le antoja. Está con quien quiere.

Dialoga plácidamente con un león, que es la mascota de un amigo de su dueño, que está de visita. O con un burro que sabe cantar en tres idiomas, lo cual es un problema, ya que según su dueño, desafina.

Y se embarca de viaje a París, cuando su recién comprometida ama va a visitar a la familia de su joven esposo. Y donde, su dueño el rabino, se queja del clima y duerme en una iglesia por no encontrar alojamiento.

Una historia que parece que habla de religión, aunque en realidad lo haga de cómo cada cual busca su lugar en su pequeño mundo.

¿Qué puede hacer callar a un gato cuando sabe hablar?

Según parece, invocar el nombre de Dios en vano.

Aunque tal vez sea la mujer de la que está enamorado, cuando ya no le hace caso.

miércoles, septiembre 14, 2005

No te enfades

Deja que la canción que suena al finalizar La vida de Brian sea la que te lleve por el camino de la tranquilidad.

Busca en cada momento el lado alegre de la vida y, cuando no lo encuentres, sigue buscando, porque seguro que está cerca.

Si tienes que estar serio, que sea por una razón importante.

Y si hay que pelear, afila antes las garras para que el contrario no se crea que estás panza arriba.

Pero, sobre todo, no te enfades.

lunes, septiembre 05, 2005

El hombre menguante

El destino final del increíble hombre menguante es desaparecer.

En la película de los años 50, al menos, era éso lo que le sucedía. Se hacía cada día más y más pequeño, de una manera sorprendente e incluso terrorífica. El film acababa con una disertación filosófica interesante sobre los límites de la realidad, de la percepción humana y, también, de la existencia de un ser superior.

Como todas entonces, la historia tenía una interpretación en clave política muy crítica con el sistema capitalista, aunque también con el comunista, por la manera en la que ambos hacen desaparecer la personalidad de los ciudadanos para que sea absorbida por la de la empresa, por un lado, y el estado, por otro.

También se puede hacer un paralelismo entre la relación que tiene el protagonista, el bueno de Scott Carey, con su esposa, Louise. Y la manera en la que el miedo se va apoderando de ella cuando observa que el cambio no sólo es curioso, sino desagradable; pero, sobre todo, imparable. De cómo la relación de dos personas que se quieren puede llegar a desaparecer cuando una de ellas cambia, y la otra se queda estática, paralizada, de tan sorprendida que está por dicho cambio.

He recordado la película, y sus múltiples interpretaciones, gracias a un texto que me han mandado y que se atribuye a William Shakespeare. No recuerdo haber leído en ninguno de los folios del dramaturgo inglés la cita, pero tampoco me los sé de memoria. Lo he visto hoy y hace referencia a los hombres grandes y pequeños. En las relaciones humanas. Entre dos personas.

Es curioso, porque no me había planteado tal metáfora. Es interesante, no tanto el texto, sino los pensamientos que pueden llegan a provocar unas frases generales que se distribuyen de manera más o menos amplia y de las que eres un circunstancial receptor.

Te planteas, por ejemplo, cómo serás para la persona que te lo ha mandado, si grande o pequeño. Y, por ende, cómo serás para las personas con las que te relacionan, y cuál es el tamaña relativo de éstas para ti.

Tras lo cual me ha venido el recuerdo de la película. Y, como consecuencia, la frase que inicia el texto.

Aunque, curiosamente (o no, pero ese es otro tema), lo ha hecho en inglés.

The ultimate fate of the shrinking man is to disappear.

domingo, septiembre 04, 2005

Promesas rotas

Hacía años que tenía pendiente la búsqueda y captura de una canción que, por muchos motivos, ha sido importante en diferentes momentos de mi vida. Y ha tenido que llegar La Cris para tapar ese agujero, que una vez fue emocional y ahora no llega ni siquiera a ser nostálgico. En cualquier caso, lo decían Los Piratas así.
Prometo no mandar más cartas y no pasar por aquí
Prometo no llamarte más y no inventar ni mentir
Prometo no seguir viviendo así
Prometo no pensar en ti
Prometo dedicarme solamente a mí
Prometo que a partir de ahora lucharé por cambiar
Prometo que no me verás, que no voy a molestar
Sabes que lo digo de verdad
Que no voy a fallarte en nada
Que tengo mucha fuerza de voluntad
Que no te fallaré en nada
Prometo no seguir así
Prometo que no voy a pensar en ti
Prometo dedicarme solamente a mi
Y el aire que me sobre alrededor
Y el tiempo que se quede en nada
Nunca más escucharé tu voz
Energía nunca liberada
Promesas que se perderán en estas cuatro paredes
Como lágrimas en la lluvia se irán
Siento que no tengo sueño y no puedo descansar
Me invento más de mil palabras y busco una verdad
Intento que suenen de forma genial
Intento que no digan nada
Nada siempre es toda la verdad
Nada significa nada
Y rompo las promesas que me hice a mí
(...)

jueves, septiembre 01, 2005

Hoy también es el día de SantiSan

Esta tarde toca inauguración. A la que, lastimosamente, no acudiré, ya que estoy de exámenes.

Pero tú sí que puedes ir.

Te cuento.

El amigo SantiSan, aka Santiago Sanchis Ibor, inaugura esta primera tarde de septiembre una exposición en el Café el Negrito, que está en la Plaza del Negrito, en Valencia.

El niño que me regaló esta deliciosa reproducción de Batman (desenfocada por el parkinson del que llevaba la cámara) para mi cumple, es un profesor entregado (sobre todo a sus alumnas), a la par que dibujante sagaz, en ocasiones calcador pertinaz, cuyos cuadros iluminan las casas de muchas personas encantadoras e inteligentes que han sabido apreciar en su paleta una sensibilidad que me ha costado bastante euros ya promocionar. Cosas del mecenazgo.

Así que no hay excusa. Si no es hoy, que sea mañana o el día de después. Pero visita la exposición. No cobran entrada. Si te gusta un cuadro te lo puedes llevar sólo si lo has pagado antes. Y no todos, ya que al menos uno ya está reservado.

Hasta puedes encontrarnos tomando una cerveza y hablando de cosas serias, o sólo bebiendo. Preferiblemente cuando haya caído el sol, por eso de las obligaciones laborales que nos permiten pasar nuestras horas de ocio cerca de la barra de cualquier bar.

Siempre, en buena compañía. ¿Te apuntas?

Hoy es el día


Hoy empieza el resto de mi vida.

No, no es porque esté en paradero desconocido por haber utilizado un maravilloso dibujo de Nacho para encabezar esta entrada. Él los regala y yo los uso. Le he hecho caso y he dormido todo lo que he podido, he hecho siesta desde las cuatro (de la mañana) hasta las 3 (del mediodía), aunque esa ha sido la más larga. He dormido a cuenta, aunque hay quien me dice que así no se vale, que así no sirve.

Porque mañana madrugo. Después de... iba a decir un mes, pero no es correcto, en New York madrugué muchas veces. Pero no es lo mismo. Ya tú sabes.

El caso es que hoy vuelvo a ese despacho. A esa facultad. A esa universidad. Al trabajo.

Ya son 15 años y, después de tanto tiempo, creí que aún me quedarían ganas. Cada día son menos, confieso, y no porque me haya cansado de los allumnos. Es la decimoquinta promoción de estudiantes de periodismo con la que me voy a enfrentar. Muchos son, pardiez, miles.

Pesan los años. Pero pesan, más, la putadas.

En cualquier caso, seré positivo como me gusta serlo y me dedicaré a trabajar en lo mío. A ir a la mía. Miraré mi ombligo, que sigue demasiado prominente por la comida americana. Me preocuparé de lo importante allí, que son las clases.

Ese es el propósito de este primero de septiembre en el que regreso al trabajo.

¿Será el último?