martes, diciembre 27, 2005

De muros y barreras

Esto de ponerle límites al monte, al mar y al desierto es algo que me sorprende sobre manera y me indigna a la par.

Leo lo que sigue:
El Congreso de México pidió hoy a los parlamentos de España, Portugal y los países latinoamericanos que rechacen la construcción por parte de EEUU de muros en su frontera sur para impedir el ingreso de inmigrantes.
Y por mucho respeto que me merezcan los congresistas mexicanos, ¿acaso no saben ellos que nosotros tenemos nuestro propio muro?

Sí, ese vergonzoso zarzal de púas de seis metros de alto y tres barreras, protegido por soldados que no pueden disparar, y que aísla un poco más a los habitantes españoles del norte de África del resto del continente donde se encuentran.

¿No tienen ambos la misma función?

Mantener alejados a los indeseables que no tienen dinero para pasar la frontera por los lugares controlados, con un pasaporte cuñado hasta tres veces y los bolsillos más o menos llenos de dinero, pero dinero al fin y al cabo.

Sí, los buenos sentimientos quedan muy bien en público. Es correcto meterse con el terrible muro que levantan los israelíes, o el que alzan los norteamericanos, pero las mismas voces deberían gritar por igual por la tropelía que se comete en el norte de África.

¿Es este el mundo que queremos, uno lleno de fronteras con policías y soldados por todos lados?

No dicen eso en los grandes eventos mundiales, ¿o acaso sí?

¿Tal vez será que las únicas fronteras que les interese borrar sean las que les impiden ganar más dinero todavía?

jueves, diciembre 22, 2005

miércoles, diciembre 14, 2005

Tan sólo 8 minutos

Leo que ese tiempo, 8 minutos, es el que tarda la luz del sol en llegar a nuestros ojos desde el centro de nuestra galaxia.

¿No es poco?

¿O tal vez sea demasiado?

Lo cual me hace pensar en la extraordinaria relatividad del tiempo. No, no en el sentido einsteniano de la palabra, sino en el casero, el real, el de todos los días. En cómo se te pasa el tiempo por delante sin que avances; en lo poco que realmente puedes hacer desde que un haz de luz que va a golpear en tu ojo en 480 segundos sale de la enorme masa solar.

"No hay tiempo, no hay tiempo", dice el sombrerero de Alicia en el País de las Maravillas. Nunca falta el tiempo, le contesto, no nos lo vamos a comer ni lo gastaremos por mucha prisa que nos demos en hacer lo que tenemos que hacer.

Y, sin embargo, siempre nos hace falta un poco más para acabar eso que dejamos a medias y que, algún día, deberemos finalizar.

21 gramos es el peso que, según la película, pierde una persona cuando muere.

¿No es poco?

Porque lo que se pierde es precisamente algo mucho más pesado de llevar que... 21 gramos de lo que sea.

La vida, ni más ni menos.

domingo, noviembre 20, 2005

Nueve añitos soñando

El niño de Nacho Carmona cumple nueve años. Se trata de un retoño especial, con muchas letras, imágenes y sonidos, y con un nombre curioso.

The Dreamers es el nombre de muchas cosas, el título de novelas y películas. Y también el de uno de los primeros que en España hablaron de tebeos en el incipiente mundo de la internete en el muy lejano 1996.

Fue entonces cuando lo conocí, aunque pasaron varios años hasta que comencé a colaborar activamente en ella. En todo este tiempo ha crecido, se ha desarrollado, ha estado a punto de morir (esos viruses, qué malos que son) y se ha convertido en el centro de la opinión de los aficionados a los tebeos españoles. Entre otras muchas cosas, claro.

Así que nunca es tarde para una felicitación, y menos para pasarse por allí.

Ya sabes, Nacho tiene una tienda repleta esas cosas que me gustan y está cercano el fin de año...

viernes, noviembre 11, 2005

De alfabetos muy antiguos

Leo en IBLNews un sitio de información interesante aunque de ideología católica (tienen una sección titulada fe cristiana, y el comentario tiene su porqué, no es gratuito) el siguiente titular:
Arqueólogos hallan dos líneas de alfabeto hebreo antiguo
Y alucino cada día más con la fuerza que tiene el lobby judío en los Estados Unidos.

Es que son la repera, oiga usted.

Llevo semanas leyendo cosas sobre el papel que tuvo la comunidad hebrea en el nacimiento de esa estupenda manera de comunicar del siglo pasado que me sublima y ocupa muchas de mis horas de vigilia (sí, los tebeos); del uso de la narrativa dibujada para explicar el Holocausto a las nuevas generaciones, de los nombres judíos que hay detrás de grandes figuras de este arte y hasta a algunos escribas americanos que se asombran de la fuerza que tienen dichos discursos, además de lo curioso que resulta que se amontonen ahora tantas expresiones en el mismo sentido.

Sucede lo mismo con las productoras cinematográficas (sí, los directivos de las más grandes empresas de película son... judíos), las cadenas de televisión (idem, de verdad, te lo juro), las editoriales...

Y ahora ésto. Transcribo.
La tablilla fue hallada durante excavaciones realizadas en junio en Tel Zayit, en las tierras bajas de Judea, Israel.

"Todos los alfabetos posteriores del mundo antiguo, incluyendo el griego, se derivan de este antepasado de Tel Zayit", dijo Tappy al diario The New York Times.
Están convencidos de que son los mejores. Que son los más grandes. Que tienen razón. Que son más fuertes. Que tienen más dinero. Que sus armas son más grandes y mortíferas. Que estaban aquí antes. Que tienen la gracia de Dios (sí, en mayúsculas, porque no es un cualquiera este señor, no).

Y ahora, de manera sibilina, destilan que han inventado, ni más ni menos, que el alfabeto.

Ya digo, si es que son la repera.

Cajas y cajas de tebeos

Llevo años, literalmente, organizando los tebeos de mi despacho. Desde la reforma, que comenzó hace ya casi seis años, y que provocó que todos fueran ubicados con cuidado en cajas y bolsas, que no fueron tratadas idóneamente por los peones que transformaron el piso en mi casa.

Durará mucho todavía el proceso de vaciado, porque hay cosas mucho más importantes e, incluso, hasta más urgentes, que hacer en estos días. Y lo que queda...

Pero en este día de mierda (climatológicamente hablando; gris, lluvioso, asqueroso), se ha hecho la luz y la sonrisa no se me quita.

El fin de semana hice una barbaridad. Entré en Amazon y me gasté MUCHO dinero en cuatro cositas a las que le tenía muchas ganas. Pensé... ahora es el momento. Se han juntado tres vicios y, de esta manera, te ahorras una pasta en portes, ya que llega todo junto.

Acaba de sonar el timbre del portal. Un señor de correos que me subía unos paquetes. Dos cajas. DOS CAJAS. Si yo no he pedido tanta cosa. Bueno, la verdad es que sí, pero no pensaba que... ¡¡¡DOS CAJAS!!!

Un libro, Men of tomorrow, escrito por Gerard Jones, que relata el inicio del cómic-book en los años 30 y la relación con las mafias americanas, y los judíos, y todas esas cosas que sin ser Historia, es el trasfondo que hace que los tebeos hayan llegado a ser lo que son, para todos pero también para mí.

El primer volumen de Fantastic Four Omnibus, un supertocho con los primeros 30 números de la colección y el primer anual. De cómo Stan Lee y Jack Kirby re-inventaron el género de los superhéroes. Imaginación, diversión, bonitos dibujos y muchos recuerdos sensibles. Una joya, vamos.

La caja con la segunda serie de The League of Extraordinary Gentlemen, tamaño extra-grande. Sí, son los de la película, pero no, no son los de la película. Esto es canela fina. Aventuras modernas ambientadas en una irreal Inglaterra victoriana, escritas por el mago Alan Moore, cuyos guiones completos están en el segundo volumen, junto con muchos bocetos de Kevin O'Neill.

Y... TODO CALVIN Y HOBBES. ¡¡¡TODO!!! Una caja sólo para esta caja, tres volúmenes que, por cierto, pesan un huevo. No digo más. Que me emociono.

Menudo fin de año me espera. No me voy de viaje. Me quedo en casa a leer. Así que tendrás que venir a verme, porque me he gastado todo lo que tenía. ¿No había dicho algo así al principio?

miércoles, noviembre 02, 2005

Mirar hacia detrás es bueno...

... pero andar hacia detrás no lo es.

Sabias palabras de mi gurú particular, Warren Ellis, cuyos tebeos consumo con fruición y cuyas columnas leo con morbo y curiosidad (mal)sana.

Uno, que tiene por costumbre mirar siempre hacia delante, no vaya a ser que se le lastime el cuello por girarlo, está ultimamente pensando más de lo habitual en las cosas que han sido, que fueron o que, precisamente, no fueron.

martes, noviembre 01, 2005

"Prepárense a sufrir"

En el tránsito hacia el amor hay desconcierto, ignorancia, vergüenza, dolor, ira y mucho sufrimiento. Nicole, el personaje interpretado magistralmente por Charlotte Rampling en Las llaves de casa, le dice a Gianni que sacar adelante a un niño enfermo (¿de qué? no es importante) es una manera de vivir, que no se dedica a otra cosa. Le dice, tambíén, que se prepare a sufrir.

Los quince años del niño no-actor alrededor del que gira toda la historia son el momento escogido por el director italiano Gianni Amelio para contar el primer encuentro con su padre. Para mostrar la perplejidad con la que un hombre maduro se enfrenta al momento más complicado de su vida. Para afrontar cara a cara la responsabilidad de la paternidad. Para disfrutar de la alegría y candidez de un adolescente que es todo ilusión. Para desplegar un torrente de emociones que hipnotiza a cualquiera que se aventure a observarlas.

Giusseppe Pontiggia es el autor de Nacido dos veces, de cuyas sensaciones se extrae la sustancia en la que está basado el guión de Las llaves de casa. La historia ya no transcurre en Milán, sino que partiendo de la capital piamontesa, viaja en tren hasta Berlín y finaliza en Noruega, donde se produce el reconocimiento final de la extraordinaria responsabilidad que supone tener a tu cargo a una persona discapacitada, como se le podría calificar eufemísticamente a Paolo. Donde las lágrimas al final explotan, tras una semana de ser soterradas, escondidas tras una forzada sonrisa y un “no pasa nada”. Es en la soledad de una carretera gris donde se produce la aceptación de lo inevitable, cuando el amor escondido hacia el hijo desconocido se impone a todo el sufrimiento nunca imaginado gracias a una sonrisa y a un abrazo.

Esas son sus armas, que les convierten en héroes cotidianos que salvan, día a día, la vida de los que les rodean.

Stardust, al cine

Una estupenda novela, que puede ser una gran pellícula. Aquí lo cuentan.
    La productora Paramount está en la fase final de las negociaciones con el cineasta Matthew Vaughn (Layer Cake) para dirigir y producir su adaptación del relato de Neil Gaiman Stardust. Vaughn ha escrito el guión con su compañera Jane Goldman.

    La novela de Gaiman publicada por primera vez en 1997, Stardust: Being a romance within the realms of faerie, está ubicada en una población de campo inglesa en la que se mezclan lo mortal y lo mágico. La historia está centrada en un hombre que le promete a su amada que recogerá una estrella caída por ella y se aventura en los terrenos mágicos, donde ha de enfrentarse con brujas, duendes, gnomos, animales parlantes y árboles vivientes.

    Stardust ganó el prermio Mythopeic en 1999 para una novela adulta, iba a ser producida originalmente por Dimension. Se ha desarrollado con la idea de acercarse a una historia de fantasía con trazos de comedia, con en La princesa prometida y La historia interminable.

La pequeña Lola

Es noticia que Bertrand Tavernier estrene una película. No lo es tanto que tenga que pasar casi un año desde su estreno en Francia para poder disfrutarla en las pantallas españolas. En cualquier caso, es un placer.

La pequeña Lola, que así se ha titulado en español, cuenta la historia de una adopción, la de una pareja que no puede concebir y decide viajar a Camboya a intentar hacer su sueño realidad. Pero sobre todo cuenta el infierno por el que tienen que transitar Pierre y Géraldine, que como ya explicó Dante, tiene varios niveles: la lluvia de la época de los monzones, la burocracia interminable, la superioridad burguesa de los franceses en el sur de Asia, las mafias que se aprovechan de las circunstancias, los ricos americanos y la desesperación, la impotencia.

Durante más de la mitad de la película, el director se dedica a desmenuzarnos las terribles condiciones de vida de los camboyanos y lo poco que pintan los franceses que viajan a ese país, tras haber completado una compleja maraña de papeleo ministerial europeo, en busca de un hijo que la naturaleza les escamotea. Como dice un indígena, la gente en Camboya sonríe por fuera pero lleva todo el dolor por dentro. No puede ser de otra manera cuando su vida es tan miserable como se muestra, circunstancia que se ve amplificada por el señoritismo de los franceses, en su hotel para extranjeros y su prepotencia, creyéndose merecedores de más atención que los demás pero quejándose de los americanos, que van en busca de los mismos niños, pero con mucho más dinero en el bolsillo.

Un país que tiene el corazón y el alma tan destrozados como sus piernas, consecuencia de los millones de minas anti-persona que todavía hay enterradas en los campos y que alargan la matanza, pero sobre todo la tristeza, que dejó entre los camboyanos el periodo de gobierno de los jemeres rojos. Hay un monólogo de un personaje, que sólo aparece para decirlo, en el que se retrata ese cruento episodio de la historia del país de una manera que provocará escalofríos incluso en las personas menos emotivas.

Deambular por Phnom-Penh, de oficina en oficina para que firmen papeles o te manden a otro lugar, permite que Tavernier nos enseñe las calles de una ciudad de casi dos millones de habitantes con calles sin asfaltar y con niños jugando al fútbol bajo la lluvia constante. Recorrer sus mercados y hablar con sus gentes, hurgar en todos los orfelinatos en busca de un recién nacido sin colocar, viajar al más profundo sur del país ("mira, aquello de allí es Vietnam"), hace que la actitud de los protagonistas cambie y, con ello, se dé paso a una segunda parte en la que ya no se usan los caros taxis, se aprende el idioma, se asiste a las fiestas tradicionales; en fin, se pierde el orgullo y se intenta sobrevivir a la tragedia que supone no encontrar al hijo deseado.

Los sentimientos de Pierre y los de Géraldine quedan reflejados, de manera circunstancial, en una grabación en cinta que van haciendo alternativamente, dedicada a ese hijo que tal vez se lleven de vuelta a casa, frente a las montañas nevadas, donde la abuela lo tiene ya todo preparado. Sus dudas, sus miedos, las peleas entre ellos provocadas por la extenuación y la falta de respuestas...

Hasta que aparece, milagrosamente, Holy Lola. Una niña de nombre impronunciable y que, por tradición, recibe el del orfelinato en el que es recogida. Ya llevamos más de la mitad de la película y la luz, la alegría, la esperanza llega, al fin, a las vidas de la joven pareja. Tal vez demasiada, porque el proceso de adopción es una verdadera carrera de obstáculo administrativos que se consiguen sortear con paciencia, dinero, chantajes y, en ocasiones, suerte; cuando el billete de vuelta está cerrado y el tiempo se acaba.

Puesto que, en definitiva, La pequeña Lola es la historia de una adopción, la película debe girar en torno a la niña, como lo hacen los sentimientos de los futuros padres y cuya felicidad explota en las calles de tráfico infernal. Lo hace en su parte final, la niña es el centro de las miradas y la atención de los protagonistas.

Para acabar, ya en el aeropuerto (donde empezó más de dos horas antes el relato), una mirada fuera de campo, a ese país en el que han pasado unas semanas interminables y al que prometen volver en busca de los verdaderos padres de la pequeña Lola.

jueves, octubre 20, 2005

Cuando el cielo estalla

No, no es una mala copia del título del engendro de Uderzo. Es una sensación que me ha venido tras leer la noticia de El País sobre las explosiones de rayos gamma que se han captado últimamente y que me trae la mar de emocionados a los investigadores de lo lejano.

Me resulta extraordinariamente sorprendente la cantidad de personas, a las que considero muy inteligentes, que dedican su vida a mirar al cielo e intentar explicar lo que ellos dicen que pasa. Porque, como es obvio, ni tú ni yo vemos lo que pasa, más que un circunstancial fogonazo provocado por un meteorito o las diversas fases de la luna que se producen de una manera la mar de natural.

Reconozco que, en ocasiones, yo también me quedo pasmado mirando por la ventana de casa, o andando por la calle, incluso conduciendo, observando el cielo y lo inmensamente grande y desconocido que es. Antes más que ahora; concretamente lo hacía con mucha frecuencia cuando estuve en el chalet viviendo. Atestiguo en primera persona que no es un tópico, que en el campo (aunque sea a escasos 20 kilómetros de Valencia) como que se ve más y mejor la cúpula celeste.

Ya no te digo nada en el desierto africano. Allí es que es la hostia.

Son divertidos los peregrinos pensamientos que me acuden cuando me hallo en tal circunstancia. Pasmado mirando hacia arriba, digo. Comprenderás que no los transcriba aquí, ya que al fin y al cabo no es del gusto de uno que se le rían en la cara, pero sí diré que las más de las veces producen emociones que, casi siempre, están la mar de escondidas en las capas y capas de cebolla que rodean al centro sensible, que no sé dónde está y que no voy a buscar ahora.

Así que encuentro fascinante mirar hacia arriba y, más aún, que otros vean lo que yo no veo. Como me subyuga que alguien pueda explicarme las cosas que no comprendo o de las que lo desconozco todo (debería haber escrito "casi todo", pero me ataca un extraño caso de modestia que no termino de explicarme). Y lo que me gusta escuchar a esa persona en cuestión cuando sabe hacerlo y quiere que yo le atienda. ¡Yo! Menuda suerte la mía.

Ya te digo, sólo son pequeñas experiencias que me permiten conocer a la gente que me rodea y que me ayuda a tenerlos más cerca cuando, en momentos como ahora (pasan de las dos de la mañana), están en otro lugar, con toda seguridad durmiendo, mientras yo observo el sucio cielo gris de la ciudad, con su cúpula de iluminación donde se refleja la luz que desprenden esas filas de lámparas y que me impide mirar más arriba.

Y las calles casi vacías.

domingo, octubre 16, 2005

Un viaje imaginario

Será, en alguna ocasión, real. Pero por ahora me limito a viajar con la mente a ese lugar tan frío, tan lejano en todos los aspectos, y tan hermoso.

Islandia es, al fin, una isla.

Donde me perderé cuando nadie me quiera encontrar.


La imagen la ha publicado Warren Ellis y la ha fotografiado su amiga Bara.

Una cierta melancolía

Ya están recogidos los toldos y guardados los cojines. Ya se han bajado las persianas y cerrado las puertas. El otoño ya ha comenzado para mi familia.

Este otoño no es metafórico, aunque bien podría serlo, sino más bien real. El traslado, las bolsas con la comida de la despensa, los animales en sus cajas... llega el traslado a la ciudad y, con él, la despedido al verde del jardín, al azul de la piscina, al rugir de fondo de las motos y los coches los días de carrera. Hola al gris, al humo, a los apretados metros cuadrados de la casa en Valencia.

También comienza otro tiempo. Para mí, al menos es así. Un tiempo distinto en el que no se puede mirar hacia atrás sin sentir... eso, una cierta melancolía. Como decía anoche Santi, "ahora el CEU es malo, el CEU es caca". Le haremos caso, ya que lo dice para bien.

Es una extraña sensación la de saber que mañana por la mañana no he de ir a trabajar. No termino de acabar a hacerme a ella. He estado, estas tres semanas, muy ocupado haciendo mil y una cosas, supongo que de manera inconsciente para que no me asaltara el miedo a lo desconocido, a la calle, a la inseguridad; para que no me afligiera la rabia de haber sido tratado injustamente; para que la gente que me rodea no se sintiera mal, peor, por la situación en la que me han obligado a estar.

Ser capaz de construir tantas capas alrededor de los sentimientos de uno no los ahoga, ni los disminuye, pero por lo menos disimula su expresión exterior. Son permeables, empero, y absorben todas las buenas sensaciones que me dan quienes me quieren y quienes siguen estando cerca, cada día, aunque haya cientos de kilómetros de distancia.

Y ya pasan cosas nuevas, como el viernes. Fue distinto, muy bonito en realidad. Un poco sorprendente, por lo inesperado. Una nueva puerta que se abre en mi vida.

Ahora es el momento de ir buscándolas.

Las puertas, digo, que quiero que se abran.

Y perder la vergüenza, y llamar a ellas, y preguntar si hay alguien dentro.

Y desear que me dejen pasar.

lunes, septiembre 26, 2005

Un gato enamorado

Cuando un gato se pone a hablar, es que está enamorado. O que se ha comido al loro.

Cuando un gato está enamorado, es que su dueña es una mujer hermosa. Aunque también puede vivir un loro con ellos.

Cuando la mujer hermosa es la hija de un rabino, entonces es que se trata de una historia de Joann Sfar.

El autor francés lleva sorprendiendo varios años con la originalidad de sus historias, la calidad de sus textos y la aparente sencillez de sus dibujos. La historia que nos cuenta en cuatro tomos publicados ya en Francia, de los cuales tres ya han aparecido en España, es sorprendente, hermosa, delicada, inteligente, profunda y muy emocionante.

La vida de un gato en una sencilla familia argelina, ambientada en la época de entreguerras, cambia cuando decide que el loro de la casa habla demasiado. Incapaz de decir si es judío o no, se enfrasca en complejas discusiones religiosas que el padre de su dueña, un rabino viudo que desea ver bien casada a su única hija. Es el mismo animal el que nos cuenta lo que ocurre, en una voz en off de frases cortas pero directas. O mediante largas discusiones con los miembros más radicales de la comunidad judía, que resume de una manera escueta y cruel.

Pero aunque un gato sepa hablar, sigue siendo un gato. Va a la suya. Hace lo que se le antoja. Está con quien quiere.

Dialoga plácidamente con un león, que es la mascota de un amigo de su dueño, que está de visita. O con un burro que sabe cantar en tres idiomas, lo cual es un problema, ya que según su dueño, desafina.

Y se embarca de viaje a París, cuando su recién comprometida ama va a visitar a la familia de su joven esposo. Y donde, su dueño el rabino, se queja del clima y duerme en una iglesia por no encontrar alojamiento.

Una historia que parece que habla de religión, aunque en realidad lo haga de cómo cada cual busca su lugar en su pequeño mundo.

¿Qué puede hacer callar a un gato cuando sabe hablar?

Según parece, invocar el nombre de Dios en vano.

Aunque tal vez sea la mujer de la que está enamorado, cuando ya no le hace caso.

miércoles, septiembre 14, 2005

No te enfades

Deja que la canción que suena al finalizar La vida de Brian sea la que te lleve por el camino de la tranquilidad.

Busca en cada momento el lado alegre de la vida y, cuando no lo encuentres, sigue buscando, porque seguro que está cerca.

Si tienes que estar serio, que sea por una razón importante.

Y si hay que pelear, afila antes las garras para que el contrario no se crea que estás panza arriba.

Pero, sobre todo, no te enfades.

lunes, septiembre 05, 2005

El hombre menguante

El destino final del increíble hombre menguante es desaparecer.

En la película de los años 50, al menos, era éso lo que le sucedía. Se hacía cada día más y más pequeño, de una manera sorprendente e incluso terrorífica. El film acababa con una disertación filosófica interesante sobre los límites de la realidad, de la percepción humana y, también, de la existencia de un ser superior.

Como todas entonces, la historia tenía una interpretación en clave política muy crítica con el sistema capitalista, aunque también con el comunista, por la manera en la que ambos hacen desaparecer la personalidad de los ciudadanos para que sea absorbida por la de la empresa, por un lado, y el estado, por otro.

También se puede hacer un paralelismo entre la relación que tiene el protagonista, el bueno de Scott Carey, con su esposa, Louise. Y la manera en la que el miedo se va apoderando de ella cuando observa que el cambio no sólo es curioso, sino desagradable; pero, sobre todo, imparable. De cómo la relación de dos personas que se quieren puede llegar a desaparecer cuando una de ellas cambia, y la otra se queda estática, paralizada, de tan sorprendida que está por dicho cambio.

He recordado la película, y sus múltiples interpretaciones, gracias a un texto que me han mandado y que se atribuye a William Shakespeare. No recuerdo haber leído en ninguno de los folios del dramaturgo inglés la cita, pero tampoco me los sé de memoria. Lo he visto hoy y hace referencia a los hombres grandes y pequeños. En las relaciones humanas. Entre dos personas.

Es curioso, porque no me había planteado tal metáfora. Es interesante, no tanto el texto, sino los pensamientos que pueden llegan a provocar unas frases generales que se distribuyen de manera más o menos amplia y de las que eres un circunstancial receptor.

Te planteas, por ejemplo, cómo serás para la persona que te lo ha mandado, si grande o pequeño. Y, por ende, cómo serás para las personas con las que te relacionan, y cuál es el tamaña relativo de éstas para ti.

Tras lo cual me ha venido el recuerdo de la película. Y, como consecuencia, la frase que inicia el texto.

Aunque, curiosamente (o no, pero ese es otro tema), lo ha hecho en inglés.

The ultimate fate of the shrinking man is to disappear.

domingo, septiembre 04, 2005

Promesas rotas

Hacía años que tenía pendiente la búsqueda y captura de una canción que, por muchos motivos, ha sido importante en diferentes momentos de mi vida. Y ha tenido que llegar La Cris para tapar ese agujero, que una vez fue emocional y ahora no llega ni siquiera a ser nostálgico. En cualquier caso, lo decían Los Piratas así.
Prometo no mandar más cartas y no pasar por aquí
Prometo no llamarte más y no inventar ni mentir
Prometo no seguir viviendo así
Prometo no pensar en ti
Prometo dedicarme solamente a mí
Prometo que a partir de ahora lucharé por cambiar
Prometo que no me verás, que no voy a molestar
Sabes que lo digo de verdad
Que no voy a fallarte en nada
Que tengo mucha fuerza de voluntad
Que no te fallaré en nada
Prometo no seguir así
Prometo que no voy a pensar en ti
Prometo dedicarme solamente a mi
Y el aire que me sobre alrededor
Y el tiempo que se quede en nada
Nunca más escucharé tu voz
Energía nunca liberada
Promesas que se perderán en estas cuatro paredes
Como lágrimas en la lluvia se irán
Siento que no tengo sueño y no puedo descansar
Me invento más de mil palabras y busco una verdad
Intento que suenen de forma genial
Intento que no digan nada
Nada siempre es toda la verdad
Nada significa nada
Y rompo las promesas que me hice a mí
(...)

jueves, septiembre 01, 2005

Hoy también es el día de SantiSan

Esta tarde toca inauguración. A la que, lastimosamente, no acudiré, ya que estoy de exámenes.

Pero tú sí que puedes ir.

Te cuento.

El amigo SantiSan, aka Santiago Sanchis Ibor, inaugura esta primera tarde de septiembre una exposición en el Café el Negrito, que está en la Plaza del Negrito, en Valencia.

El niño que me regaló esta deliciosa reproducción de Batman (desenfocada por el parkinson del que llevaba la cámara) para mi cumple, es un profesor entregado (sobre todo a sus alumnas), a la par que dibujante sagaz, en ocasiones calcador pertinaz, cuyos cuadros iluminan las casas de muchas personas encantadoras e inteligentes que han sabido apreciar en su paleta una sensibilidad que me ha costado bastante euros ya promocionar. Cosas del mecenazgo.

Así que no hay excusa. Si no es hoy, que sea mañana o el día de después. Pero visita la exposición. No cobran entrada. Si te gusta un cuadro te lo puedes llevar sólo si lo has pagado antes. Y no todos, ya que al menos uno ya está reservado.

Hasta puedes encontrarnos tomando una cerveza y hablando de cosas serias, o sólo bebiendo. Preferiblemente cuando haya caído el sol, por eso de las obligaciones laborales que nos permiten pasar nuestras horas de ocio cerca de la barra de cualquier bar.

Siempre, en buena compañía. ¿Te apuntas?

Hoy es el día


Hoy empieza el resto de mi vida.

No, no es porque esté en paradero desconocido por haber utilizado un maravilloso dibujo de Nacho para encabezar esta entrada. Él los regala y yo los uso. Le he hecho caso y he dormido todo lo que he podido, he hecho siesta desde las cuatro (de la mañana) hasta las 3 (del mediodía), aunque esa ha sido la más larga. He dormido a cuenta, aunque hay quien me dice que así no se vale, que así no sirve.

Porque mañana madrugo. Después de... iba a decir un mes, pero no es correcto, en New York madrugué muchas veces. Pero no es lo mismo. Ya tú sabes.

El caso es que hoy vuelvo a ese despacho. A esa facultad. A esa universidad. Al trabajo.

Ya son 15 años y, después de tanto tiempo, creí que aún me quedarían ganas. Cada día son menos, confieso, y no porque me haya cansado de los allumnos. Es la decimoquinta promoción de estudiantes de periodismo con la que me voy a enfrentar. Muchos son, pardiez, miles.

Pesan los años. Pero pesan, más, la putadas.

En cualquier caso, seré positivo como me gusta serlo y me dedicaré a trabajar en lo mío. A ir a la mía. Miraré mi ombligo, que sigue demasiado prominente por la comida americana. Me preocuparé de lo importante allí, que son las clases.

Ese es el propósito de este primero de septiembre en el que regreso al trabajo.

¿Será el último?

domingo, agosto 28, 2005

¡Oh, cielos, estoy rodeado!

Ayer fue un buen día en la playa de Gandía. Aunque comenzó un poco tarde, y es que eso de levantarme pronto lo llevo fatal. Menuda semanita, mes, curso me espera...

El caso es que en el bungaló de Susana y César se está de vicio. Muy tranquilo, aunque esté a escasos 300 metros de una de las playas más masificadas de España. Aunque ayer, como los de Madrid han decidido comenzar a recoger antes de lo habitual, estaba muy tranquila. La zona común, con su césped y su piscinita, son una delicia.

Como llegué a la hora de comer, me perdí uno de los acontecimientos de la jornada, que fue la papilla de Alex. Vamos, este niño tan mono que se ve en la imagen. Ocho meses tiene y unos ojos que romperán corazones dentro de tres lustros. No se escaparon ni el delicioso solomillo en La Hacienda, luego el baño vespertino, el paseo por la playa al atardecer, la cena familiar... fueron cayendo uno a uno en la bolsa de los placeres cotidianos.

El caso es que últimamento no hay más que niños a mi alrededor. Este llegó cuando se acababa el año pasado, el de Rocío lo hizo en marzo, las de César y Nuria tomaron sala de hospital en junio, en agosto casi asistí al parto de Marcello Emiliano en New York... Y no cito a los que ya están más criados.

Pero, ¿qué pasa en el mundo, en el que está más cerca de mí?

¿No teníamos una crisis de natalidad en este puñetero país?

¿O es que mis amistades se han confabulado para acabar con las penurias natalicias hispanas y, de paso, asegurarnos un futuro, una pensión, a sus mayores cuendo seamos... eso, más mayores?

No es que me moleste ni nada por el estilo, que nadie vaya a pensar tonterías de ese calibre. Afirmo con rotundidad que los quiero mogollón a todas y todos y daría partes de mi cuerpo valiosas (vale, las inútiles también; como son más) si las necesitaran.

Son una ricura... durante un rato.

Ejem.

"Hoy es que se está portando bien" es lo que dicen con más frecuencia los papases y mamases cuya cara de agotamiento es ostentórea. Pues pobrecitos míos cuando se porten mal sus retoños, no van a poder ni dormir. Cosa, que de hecho, no hacen mucho. Los primeros años.

¿Y la vida social? Sí, es algo que tenían antes del embarazo y que no han conseguido recuperar después del parto. Al menos, no en la misma medida. Son como los antiguos señores burgueses del siglo XIX: reciben en casa. Vamos, que si quieres saber algo de ellos, lo más fácil es que les hagas una visita. Lo cual es una delicia, porque los ves, y hace tanto tiempo. Pero, insisto, no es por mí que no paro quieto, sino por ellos.

¿Conseguiremos sacarles un día a re-conocer la ciudad y sus nocturnidades?

Nos empeñaremos en hacerlo.

Sólo falta que ellos se dejen.

Que va a ser que...

viernes, agosto 26, 2005

Música para un héroe melancólico

Al menos eso es lo que inspira la portada del disco que, en 1976, se publicó bajo el título Spider-Man: Rock Reflections of a Superhero. No, no lo he escuchado, sino que he visto la portada en un artículo publicado en la web americana de la MTV en el que se habla de la relación que ha habido entre la música pop y el mundo de la narrativa dibujada, en algunas de sus variantes.

El artículo hace poco más que reseñar algunos de los discos que han aparecido y que tienen como protagonistas a distintos héroes de todas las épocas del cómic, desde The Spirit hasta una de las obras más con ocidas de Daniel Clowes, Like a Velvet Glove Cast in Iron, y que publicó e España hace unos años La Cúpula.

Pero nos permite recuperar un hermoso, y novedoso para casi todos, dibujo del gran John Romita.

martes, agosto 23, 2005

El sexo de los ángeles

Una buena amiga me envía el cuento de Mario Benedetti que da título a esta entrada y que no puedo sino fusilar burdamente, toda vez que no tengo tanta capacidad creativa para construir relatos tan hermosos y que es de buen gusto compartir con los demás algunas de las cosas que alguien quiere compartir conmigo.
Una de las más lamentables carencia de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato nunca confirmado de que los ángeles no hacen el amor, quizás signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales. Otra versión, tampoco confirmada, pero más verosímil sugiere que, si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos por la mera razón que carecen de erotismo lo celebran, en cambio, con palabras, vale decir, con las orejas. Así, cada vez que Angel y Angela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y sentarse mediante el intercambio de miradas, que, por supuesto, son angelicales. Y si Angel para abrir el fuego dice "Semilla", Angela para atizarlo responde "Surco". El dice "Alud" y ella tiernamente "Abismo". Las palabras se cruzan vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos, Angel dice "Madero" y Angela "Caverna". Aletean por ahí un ángel de la guarda misógino y silente y un ángel de la muerte viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe. Sigue silabeando su amor. El dice "Manantial" y ella " Cuenca". Las sílabas se impregnan de rocío y aquí y allá, entre cristales de nieve, circula en el aire, sus expectativas. Angel dice "Estoqueo" y Angela radiante, "Herida", el dice "Tañido" y ella dice "Relato".

Y en el preciso instante del orgasmo intraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos se estremecen, entremolan, estallan y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.

lunes, agosto 22, 2005

Luna llena en Valencia

Es tal vez lo que más me gusta de la ciudad. La luz.

Pero sobre todo, cómo se ve desde aquí, desde mi casa, cuando es de noche.

Como la del sábado, que me tuvo ante la ventana mucho rato, observando el cielo, muy claro, y la luna, muy brillante y redonda.


jueves, agosto 18, 2005

Ese pequeño infierno que supone volver

Ya estoy en casa, otra vez.

Mira que está gorrina. Si es que uno no limpia todos los días y pasa lo que pasa.

El viaje de vuelta ha durado casi 24 horas, desde que subimos al avión en Newark hasta que el taxi me ha dejado en la puerta de casa. Bueno, para el reloj sí ha pasado ese tiempo, aunque yo he perdido 6 horas de vida en el aire. Noto ya como cierto equilibrio interior, porque cuando marchamos para allí las gané, así que estoy en paz con la realidad temporal que me circunda.

El caso es que el viaje ha sido un poco así como muy cansado, ya sabes a lo que me refiero.

La primera gran putada me la ha gastado la policía americana, que casi me hacen ponerme en bolas en el control de acceso a la terminal del aeropuerto. Que si saca el portátil de la bolsa, ahora quítate el sombrero, ahora fuera las zapatillas, ahora que te quites el cinturón. Suerte que no llevo cilicio ni cinturón de castidad, que si no hago el ridículo (más) delante de todos los holandeses.

El caso es que, entre unas cosas y otras, y que la gente se amontonaba, y que me tenía que volver a vestir, y que los policías me metían prisa para que despejara, he subido al avión y me he dejado allí, en el control de acceso, dentro de la maquinita esa que te mira las bolsas con rayos y le pone colorines al contenido, la estupenda lámina que me compré en el MOMA de Jackson Pollock y que estaba destinada a adornar mi salón.

¡Menuda putada! No es por el dinero (no, no lo es; de verdad que no) sino porque era una lámina especiamente bonita, grande y me hacía mucha ilusión colgarla.

Ya en el avión, hemos tenido que esperar casi 45 minutos a que llegara nuestro turno para despegar, porque en la pista había ¡¡¡11 aviones delante de nosotros!!! Por suerte, llevábamos el viento de cola (lo ha dicho el comandante, no he sacado el dedito para comprobarlo) y hemos llegado prácticamente a la hora al aeropuerto de Amsterdam.

Por el camino se ha quedado la hora de dormir, puesto que hemos subido al avión a las 6 de la tarde, hora americana de la costa este, y hemos llegado a la capital holandesa a las 7 y media de la mañana, hora europea. Esta noche recuperaremos el sueño. Digo.

Tras un paseo por el aeropuerto, un desayuno de café con leche con curasán y algún que otro regalo del duty-free (qué simpáticos en las tiendas, al presi siempre le regalan algo allí donde va), nos hemos encantado demasiado y hemos entrado al nuevo avión con la lengua fuera, cuando faltaban un par de minutos para cerrar las puertas. Hemos sido los últimos, igual hasta nos han mirado mal los que llevaban 50 minutos sentados, pero como que nos ha dado igual.

Sólo han sido dos horas hasta Madrid, en las que hemos leído un poco, hemos dormido un poco, hemos comido un poco. De todo, en fin, un poco. Menos descansar, que de eso no ha habido nada, que los asientos eran más bien estrechos (eufemista estoy hoy, rediez).

Y a las once y media hemos pisado suelo español. NO ha salido la vena patria porque no venía en el pack cuando me parieron a este mundo, pero la ligera melancolía que se turnaba con el cansancio en el asiento del avión ha sido sustituido por una sutil sonrisa al recibir en la cara el sol español. Poco a poco, primero en la sombra y con aire acondicionado, no vaya a ser que nos dé un pataflús.

Emi ha llamado a un amigo suyo, taxista, que nos ha llevado hasta el lugar donde está aparcado su coche. Como era pronto, me he propuesto adelantar mi tren a Valencia y en el mismo taxi, tras dejar a la parejita y despedirnos hasta dentro de unos días (el periodo más largo que he estado separado de ellos en todo el viaje fue durante las dos noches de hotel en New York, porque estábamos en habitaciones separadas), muacs muacs abrazo abrazo; digo que en el mismo taxi he marchado hacia la estación de Atocha.

España es así, qué le vamos a hacer, y para cambiar un billete hay que hacer más de media hora de cola. Cuando me lo han confirmado, faltaban tres minutos para que saliera el tren.

¡Ale carrera para arriba!

Que no estoy hecho para estos trotes, oiga usted. Que uno tiene su edad, va cargado y en las américas ha comido muy bien, por lo que a su habitual tripita cervecera se le unen un par de kilos extra (sigo con los eufemismos) conseguidos gracias al buen llantar de allí, que se come muy bien si tiene usted dinero para pagar, que lo sepa.

Pero he llegado. En preferente. Ancho y hasta fresquito. El tren me ha dejado en la estación del Norte de Valencia, de ahí al taxi y de ahí... ¡¡¡¡A MI MAC!!!!

Me ha mirado con cara de "me has abandonado mucho tiempo".

Pienso resarcirme.

Tampoco me queda otra, ya que el lunes comienzo a trabajar.

Pero antes, a asear este almacén de polvo y a poner lavadoras.

miércoles, agosto 17, 2005

Y para acabar

Los dos últimos días en la ciudad han resultado muy agradables.

Comenzamos con una visita a Broadway. No podíamos marchar de aquí sin pasar por un musical y, encontrándose Carol en el grupo, no podía ser otra que El Fantasma de la Ópera.

Ella estaba realmente emocionada, y servidor disfrutó la experiencia. El decorado y el vestuario eran fastuosos, y la voz de los cantantes impresionaba de verdad. La historia era conocida por todos, así que no era ése el interés de la visita. La disfrutamos todos, más o menos lo mismo que la cena en el restaurante dominicano al que nos llevó Enrique después de finalizar la obra. No habría entrado de haber ido solo, lo puedo asegurar, pero dentro del local parecía que estábamos en otro país.

Nuestro pobre anfitrión llegó muy tarde a casa; mientras nosotros descansábamos en el hotel, él hacía carretera. Es un sol.

Llegó la mañana y realmente había pocas cosas más que hacer. Es decir, que no costaran dinero y que pudiéramos hacer. Nuestros pies están muy machacados y tampoco queremos andar demasiado. Además, por la tarde vendrá otra vez Enrique para llevarnos a Brooklyn, así que decidimos ir al Madison Square Garden.

De camino, pasamos otra vez por el centro Rockefeller, y entro en la tienda de la NBC. Hay tantas cosas que comprar… Así que no me gasto ni un centavo. Quiero asistir a la grabación de un programa, pero serán mucho más tarde, así que lo dejo para la próxima vez.

Mientras, Carol y Emi están… comprando. Casi compulsivamente. Un montón de camisetas, zapatos, yo qué sé.

Nos volvemos a encontrar en Times Square, en el rato en el que caen unas gotas. El día es delicioso para pasear, ya que no hace calor y la humedad es aceptable. Pero hay tanta gente por esta zona de la ciudad. Así que bajamos por la séptima hasta el Madison y pasamos un buen rato haciendo fotos dentro del hall, ya que no está permitido pasar a la arena. Una lástima, la verdad.

Tras la última comida gorrina del viaje, en un local juston en la entrada de Penn Station, subimos algunas calles hasta el Empire State Building para visitar la última tienda de tebeos de la ciudad. Es la mejor provista de todas, es una lástima que no la haya descubierto antes. Mentalmente me repito que volveré.

Ya en el hotel, Enrique acaba de llegar y nos vamos a una tienda que conoce al otro lado del East River. Compramos chocolate, delicious, y después en un local en el que venden ropa que se cae de los camiones, Emi consigue dos vaqueros y cuatro cinturones por un precio ridículo, y yo un jersey de Diesel por 10 dólares. Que nunca nadie más tendrá en España, JAJAJA. Esto… ejem.

En la casa nos está esperando, preparada ya, una estupenda barbacoa. Carne, hamburguesas, perritos, patatas, mazorcas, buen vino y fría cerveza. Una gran cena para despedir la estancia.

Que nos vamos en un rato.

Con gran pena.








lunes, agosto 15, 2005

En la Zona Cero

La mañana ha salido muy gris. Húmeda, como es más que habitual en la ciudad, pero no tanto como la de ayer, que casi se podía cortar con un cuchillo. Tanto llovió que en algunas pequeñas poblaciones cercanas y barrios del norte de New York City se cortó la luz, y hasta se cerraron algunas avenidas.

El propósito de la mañana, teniendo en cuenta que hemos empezado a desayunar a las 10, era visitar la Zona Cero. Ayer ya me dijo Santi, que también está por aquí, que producía cierta impresión, que te hacía ponerte serio.

Lo primero es sacar el bono de un día para el autobús, para disponer de un medio de transporte barato y que nos lleve a todas partes. Está todo tan lejos aquí que plantearse ir a todos sitios andando es imposible. Así que, una vez en al M5, bajamos por la avenida Lexington y pasamos por Chinatown. Es increíble, está todo el chino, la gente pasa de integrarse de una manera espectacular. Es como una ciudad dentro de la ciudad, completamente diferente a lo que hemos visto hasta ahora.

Nos apeamos frente al edificio del ayuntamiento, pero el retén policial es tan grande que nos impide acercarnos a más de 100 metras de la fachada, así que nos encaminamos directamente al lugar que hemos venido a visitar.

Bueno, el hueco que hay entre los demás edificios de la zona financiera es grande, enorme. Como mejor se aprecia es desde el centro de negocios que está junto al río, ya que permite una posición elevada. Desde la calle, donde ya se puede apreciar el comienzo del centro de comunicaciones que ha diseñado Calatrava, se ve bien, pero hay dos vallas que impiden que las imágenes salgan decentes. Rodean toda la manzana, y para cruzar hacia el lado del río hay dos pasarelos desde las cuales se pueden ver las nuevas líneas del metro que están en el mismo lugar que las que se hundieron.

Pero no es triste. Al menos, a mí no me lo parece. No estuve antes, y no puedo comparar, y aunque seguí en directo por televisión todo lo que sucedió el decimoprimer día de septiembre de hace cuatro años, observar las obras de las nuevas instalaciones que se van a levantar en el mismo lugar donde estaban las Torres Gemelas no me ha producido ningún desasosiego.

Es más, me parece un tanto exagerado lo que pone en las vitrinas que están en las vallas que rodean el hueco: “A nuestros héroes”. No es esa precisamente la concepción de un héroe que tengo yo.

Dentro de unos años, cuando hayan construido el singular edificio que se elevará sobre los cimientos de lo que era el techo de New York, regresaré y contemplaré cómo ha cambiado este preciso lugar, y por supuesto que subiré a lo más alto de las más alta escalera para contemplar, desde los cielos, la inigualable imagen de la ciudad de mis sueños.

Después, un paseo por el parque, la imprescindible visita a Wall Street - para entrar en la cual tenemos que dar un rodeo, ya que están grabando una escena de una película y no se puede pasar-, un almuerzo más sano de lo que acostumbramos y de regreso al hotel, que hay que prepararse para el teatro.

De nuevo hacia arriba, en esta ocasión con el M15 y por la Primera Avenida, desde la que se ve el inicio de los puentes que llevan hasta Brooklyn. Bajamos del autobús junto al complejo de edificios de las Naciones Unidas, pero de nuevo el imponente cuerpo de seguridad y la cantidad de rejas nos quitan las ganas de intentar entrar. Tal vez mañana por la mañana haya más ánimo, pero ahora no es el momento.

Carol sonríe cada vez que lo nombramos, y lo hemos hecho en muchas ocasiones a lo largo del día. Hoy nos vamos a ver un musical, El fantasma de la ópera.

Luego lo contaré.








Mojándonos por New York City

Tras un día muy tranquilo en la casa y en el centro comercial, en el que comimos deliciosamente e hicimos el chorra todo lo que pudimos, hoy hemos venido de nuevo a la ciudad. Nos quedaremos aquí durante tres días, en un hotel de la 3ª Avenida que cuesta un poco más de lo que tenía previsto, pero un par de noches en la ciudad valen la pena.

Enrique nos ha dejado en la puerta del hotel y ha regresado con su mujer y el niño, al hospital. Es un anfitrión excepcional. Tras dejar las maletas en mi habitación (la de Carol y Emi no estaba preparada todavía), nos hemos puesto a andar Avenida Lexington abajo, en dirección a la calle 42.

Dependiendo de la hora a la que terminemos de comer, tenemos previsto acercarnos a la Zona Cero y, después, coger un barco de los que tenemos en el City Pass para ver la isla desde el mar. Intentaremos coger el último de la jornada, para verla iluminada.

Cuando vamos a comenzar a andar en dirección oeste entramos, en primer lugar, en Grand Central, la estación de trenes que está en la misma calle a cuyo final nos dirigimos. Ya estuve aquí el otro día, pero es muy bonito y la parejita no la ha visto.

Al salir… ¡sorpresa! Está lloviendo mucho, mucho, mucho.

Hace sol pero, al fin, la enorme humedad del ambiente y las gotas que habíamos cogido en la autopista de entrada se convierten en una manta de agua que nos impide ir más allá de la esquina de la estación.

Tras más de un cuarto de hora de esperar, y en vista que no hacía ademán de amainar, aprovechamos que flojea un poco y nos decidimos a emprender camino, con la esperanza de encontrar pronto algún sitio para comer, ya que pasan de las 2 y media. Por suerte, enseguida encontramos un Friday’s, un restaurante de la misma cadena en la que tomamos nuestra primera comida hace ya diez días con Mariana.

Ahora sí, ahora nos vamos hacia el puerto. No nos dará tiempo de llegar hasta la zona sur de la ciudad y estar el tiempo que se merece, ya que el barco sale a las 7 de la tarde, por lo que nos decidimos ir hasta el extremo oeste de la calle, hasta el embarcadero, y subir al Circle Line Cruiser.

Si vas a venir alguna vez a esta ciudad, es algo que debes hacer. Y el de esta hora es el mejor, ya que ves la ciudad de día y de noche. Delicioso, maravilloso, emocionante…

Una lástima que la lluvia no deje ver como se merezca el perfil de los edificios y que el continuo movimiento del barco (unido a mi preocupante Parkinson) impida que las fotos salgan muy lucidas.

Pero merece la pena, de verdad. Durante un buen rato, mientras pasamos por debajo del Puente de Brooklyn, permanezco solo en la cubierta, a la intemperie, mojándome con la lluvia, para tener la irrepetible experiencia de cruzar el East River por debajo del puente que tantas veces he visto en el cine, en la tele, en los tebeos, en el que tantas cosas han sucedido en las historias que he leído y que se ambientan en esta ciudad. Sólo será comparable a la que tendré cuando lo atraviese andando, mañana o tal vez pasado, y disfrute de más cerca de los impresionantes cables que sustentan el tráfico y a las personas (hoy, ninguna) que pasean por él.

Cuando bajamos del barco sigue lloviendo, y no poco, precisamente.

Todo el pasaje se amontona en la puerta del embarcadero, mientras que nosotros nos decidimos a cruzar la calle y buscar un taxi. La gente nos mira pensando que estomas locos, pero pasamos a la calle 42 y, en menos de 5 minutos, ya estamos de camino al hotel.

El conductor escucha lo que quiere y nos lleva un poco más al norte de lo que toca, pero enseguida (19 dólares después, concretamente), estamos subiendo a las habitaciones.

Toda una aventura que, parece, ha acabado por hoy.

Pero no hay problema, quedan dos días enteros para seguir disfrutando.