domingo, agosto 28, 2005

¡Oh, cielos, estoy rodeado!

Ayer fue un buen día en la playa de Gandía. Aunque comenzó un poco tarde, y es que eso de levantarme pronto lo llevo fatal. Menuda semanita, mes, curso me espera...

El caso es que en el bungaló de Susana y César se está de vicio. Muy tranquilo, aunque esté a escasos 300 metros de una de las playas más masificadas de España. Aunque ayer, como los de Madrid han decidido comenzar a recoger antes de lo habitual, estaba muy tranquila. La zona común, con su césped y su piscinita, son una delicia.

Como llegué a la hora de comer, me perdí uno de los acontecimientos de la jornada, que fue la papilla de Alex. Vamos, este niño tan mono que se ve en la imagen. Ocho meses tiene y unos ojos que romperán corazones dentro de tres lustros. No se escaparon ni el delicioso solomillo en La Hacienda, luego el baño vespertino, el paseo por la playa al atardecer, la cena familiar... fueron cayendo uno a uno en la bolsa de los placeres cotidianos.

El caso es que últimamento no hay más que niños a mi alrededor. Este llegó cuando se acababa el año pasado, el de Rocío lo hizo en marzo, las de César y Nuria tomaron sala de hospital en junio, en agosto casi asistí al parto de Marcello Emiliano en New York... Y no cito a los que ya están más criados.

Pero, ¿qué pasa en el mundo, en el que está más cerca de mí?

¿No teníamos una crisis de natalidad en este puñetero país?

¿O es que mis amistades se han confabulado para acabar con las penurias natalicias hispanas y, de paso, asegurarnos un futuro, una pensión, a sus mayores cuendo seamos... eso, más mayores?

No es que me moleste ni nada por el estilo, que nadie vaya a pensar tonterías de ese calibre. Afirmo con rotundidad que los quiero mogollón a todas y todos y daría partes de mi cuerpo valiosas (vale, las inútiles también; como son más) si las necesitaran.

Son una ricura... durante un rato.

Ejem.

"Hoy es que se está portando bien" es lo que dicen con más frecuencia los papases y mamases cuya cara de agotamiento es ostentórea. Pues pobrecitos míos cuando se porten mal sus retoños, no van a poder ni dormir. Cosa, que de hecho, no hacen mucho. Los primeros años.

¿Y la vida social? Sí, es algo que tenían antes del embarazo y que no han conseguido recuperar después del parto. Al menos, no en la misma medida. Son como los antiguos señores burgueses del siglo XIX: reciben en casa. Vamos, que si quieres saber algo de ellos, lo más fácil es que les hagas una visita. Lo cual es una delicia, porque los ves, y hace tanto tiempo. Pero, insisto, no es por mí que no paro quieto, sino por ellos.

¿Conseguiremos sacarles un día a re-conocer la ciudad y sus nocturnidades?

Nos empeñaremos en hacerlo.

Sólo falta que ellos se dejen.

Que va a ser que...

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