jueves, agosto 18, 2005

Ese pequeño infierno que supone volver

Ya estoy en casa, otra vez.

Mira que está gorrina. Si es que uno no limpia todos los días y pasa lo que pasa.

El viaje de vuelta ha durado casi 24 horas, desde que subimos al avión en Newark hasta que el taxi me ha dejado en la puerta de casa. Bueno, para el reloj sí ha pasado ese tiempo, aunque yo he perdido 6 horas de vida en el aire. Noto ya como cierto equilibrio interior, porque cuando marchamos para allí las gané, así que estoy en paz con la realidad temporal que me circunda.

El caso es que el viaje ha sido un poco así como muy cansado, ya sabes a lo que me refiero.

La primera gran putada me la ha gastado la policía americana, que casi me hacen ponerme en bolas en el control de acceso a la terminal del aeropuerto. Que si saca el portátil de la bolsa, ahora quítate el sombrero, ahora fuera las zapatillas, ahora que te quites el cinturón. Suerte que no llevo cilicio ni cinturón de castidad, que si no hago el ridículo (más) delante de todos los holandeses.

El caso es que, entre unas cosas y otras, y que la gente se amontonaba, y que me tenía que volver a vestir, y que los policías me metían prisa para que despejara, he subido al avión y me he dejado allí, en el control de acceso, dentro de la maquinita esa que te mira las bolsas con rayos y le pone colorines al contenido, la estupenda lámina que me compré en el MOMA de Jackson Pollock y que estaba destinada a adornar mi salón.

¡Menuda putada! No es por el dinero (no, no lo es; de verdad que no) sino porque era una lámina especiamente bonita, grande y me hacía mucha ilusión colgarla.

Ya en el avión, hemos tenido que esperar casi 45 minutos a que llegara nuestro turno para despegar, porque en la pista había ¡¡¡11 aviones delante de nosotros!!! Por suerte, llevábamos el viento de cola (lo ha dicho el comandante, no he sacado el dedito para comprobarlo) y hemos llegado prácticamente a la hora al aeropuerto de Amsterdam.

Por el camino se ha quedado la hora de dormir, puesto que hemos subido al avión a las 6 de la tarde, hora americana de la costa este, y hemos llegado a la capital holandesa a las 7 y media de la mañana, hora europea. Esta noche recuperaremos el sueño. Digo.

Tras un paseo por el aeropuerto, un desayuno de café con leche con curasán y algún que otro regalo del duty-free (qué simpáticos en las tiendas, al presi siempre le regalan algo allí donde va), nos hemos encantado demasiado y hemos entrado al nuevo avión con la lengua fuera, cuando faltaban un par de minutos para cerrar las puertas. Hemos sido los últimos, igual hasta nos han mirado mal los que llevaban 50 minutos sentados, pero como que nos ha dado igual.

Sólo han sido dos horas hasta Madrid, en las que hemos leído un poco, hemos dormido un poco, hemos comido un poco. De todo, en fin, un poco. Menos descansar, que de eso no ha habido nada, que los asientos eran más bien estrechos (eufemista estoy hoy, rediez).

Y a las once y media hemos pisado suelo español. NO ha salido la vena patria porque no venía en el pack cuando me parieron a este mundo, pero la ligera melancolía que se turnaba con el cansancio en el asiento del avión ha sido sustituido por una sutil sonrisa al recibir en la cara el sol español. Poco a poco, primero en la sombra y con aire acondicionado, no vaya a ser que nos dé un pataflús.

Emi ha llamado a un amigo suyo, taxista, que nos ha llevado hasta el lugar donde está aparcado su coche. Como era pronto, me he propuesto adelantar mi tren a Valencia y en el mismo taxi, tras dejar a la parejita y despedirnos hasta dentro de unos días (el periodo más largo que he estado separado de ellos en todo el viaje fue durante las dos noches de hotel en New York, porque estábamos en habitaciones separadas), muacs muacs abrazo abrazo; digo que en el mismo taxi he marchado hacia la estación de Atocha.

España es así, qué le vamos a hacer, y para cambiar un billete hay que hacer más de media hora de cola. Cuando me lo han confirmado, faltaban tres minutos para que saliera el tren.

¡Ale carrera para arriba!

Que no estoy hecho para estos trotes, oiga usted. Que uno tiene su edad, va cargado y en las américas ha comido muy bien, por lo que a su habitual tripita cervecera se le unen un par de kilos extra (sigo con los eufemismos) conseguidos gracias al buen llantar de allí, que se come muy bien si tiene usted dinero para pagar, que lo sepa.

Pero he llegado. En preferente. Ancho y hasta fresquito. El tren me ha dejado en la estación del Norte de Valencia, de ahí al taxi y de ahí... ¡¡¡¡A MI MAC!!!!

Me ha mirado con cara de "me has abandonado mucho tiempo".

Pienso resarcirme.

Tampoco me queda otra, ya que el lunes comienzo a trabajar.

Pero antes, a asear este almacén de polvo y a poner lavadoras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

he seguido atentamente tu viaje y que sepas que he vibrado contigo,me lo he pasado bomba. Siento mucho lo de tu lamina de pollock,pero ya tienes una gran excusa para volver (entre otras muchas, seguro).
Yo tengo claro que iré algún día y no estaría nada mal llevarte de guia.
A ver si nos vemos pronto y te veo esa cara de flipao con la que has vuletode la ciudad de tus sueños. Besitos