jueves, octubre 20, 2005

Cuando el cielo estalla

No, no es una mala copia del título del engendro de Uderzo. Es una sensación que me ha venido tras leer la noticia de El País sobre las explosiones de rayos gamma que se han captado últimamente y que me trae la mar de emocionados a los investigadores de lo lejano.

Me resulta extraordinariamente sorprendente la cantidad de personas, a las que considero muy inteligentes, que dedican su vida a mirar al cielo e intentar explicar lo que ellos dicen que pasa. Porque, como es obvio, ni tú ni yo vemos lo que pasa, más que un circunstancial fogonazo provocado por un meteorito o las diversas fases de la luna que se producen de una manera la mar de natural.

Reconozco que, en ocasiones, yo también me quedo pasmado mirando por la ventana de casa, o andando por la calle, incluso conduciendo, observando el cielo y lo inmensamente grande y desconocido que es. Antes más que ahora; concretamente lo hacía con mucha frecuencia cuando estuve en el chalet viviendo. Atestiguo en primera persona que no es un tópico, que en el campo (aunque sea a escasos 20 kilómetros de Valencia) como que se ve más y mejor la cúpula celeste.

Ya no te digo nada en el desierto africano. Allí es que es la hostia.

Son divertidos los peregrinos pensamientos que me acuden cuando me hallo en tal circunstancia. Pasmado mirando hacia arriba, digo. Comprenderás que no los transcriba aquí, ya que al fin y al cabo no es del gusto de uno que se le rían en la cara, pero sí diré que las más de las veces producen emociones que, casi siempre, están la mar de escondidas en las capas y capas de cebolla que rodean al centro sensible, que no sé dónde está y que no voy a buscar ahora.

Así que encuentro fascinante mirar hacia arriba y, más aún, que otros vean lo que yo no veo. Como me subyuga que alguien pueda explicarme las cosas que no comprendo o de las que lo desconozco todo (debería haber escrito "casi todo", pero me ataca un extraño caso de modestia que no termino de explicarme). Y lo que me gusta escuchar a esa persona en cuestión cuando sabe hacerlo y quiere que yo le atienda. ¡Yo! Menuda suerte la mía.

Ya te digo, sólo son pequeñas experiencias que me permiten conocer a la gente que me rodea y que me ayuda a tenerlos más cerca cuando, en momentos como ahora (pasan de las dos de la mañana), están en otro lugar, con toda seguridad durmiendo, mientras yo observo el sucio cielo gris de la ciudad, con su cúpula de iluminación donde se refleja la luz que desprenden esas filas de lámparas y que me impide mirar más arriba.

Y las calles casi vacías.

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