jueves, agosto 24, 2006

Palabra de Luis Foix

Sin permiso pero con respeto, copio y pego el artículo de ayer de D. Luis Foix en La Vanguardia.

Grandes imperios, pequeñas naciones

23/08/2006 - 19:43 horas

Antes de ser sometidos al martilleo habitual de tertulianos,
analistas, periodistas tribales, políticos que anuncian tragedias,
rupturas, Apocalipsis y demás desgracias, les recomiendo la lectura
del libro de Josep M. Colomer, 'Grans imperis, petites nacions', que
fue galardonado con el premio de Ensayo de la Fundació Ramon Trias
Fargas.

Colomer es un politólogo viajado y leído. Se maneja con los datos que
ofrece la historia del mundo y los relaciona con perspectiva y
distanciamiento. Me recuerda el método seguido por el gran historiador
Arnold Toynbee que en su enciclopédica obra presenta el auge y la
caída de las civilizaciones superando las nociones de las naciones
estado y los criterios étnicos y religiosos para estudiar con el
criterio que ofrecen los siglos la reformulación de comunidades,
fronteras, naciones, estados e imperios.

No es una casualidad que al término de la última Guerra Mundial la
organización que se crea en California para evitar nuevas guerras se
llamara Naciones Unidas, de la que forman parte solamente estados,
muchos de ellos fracasados y muchos otros protegidos por el paraguas
de grandes unidades que clasifica al comienzo de este milenio por
orden de importancia demográfica: China, India, Europa, Estados
Unidos, Indonesia, Brasil, Pakistán, Rusia, Bangladesh y Japón.

En estos grandes espacios se organizan las unidades menores, ya sean
estados, naciones o simplemente grupos tribales unidos por razones
étnicas, religiosas, económicas o políticas. La historia de los
últimos setenta años muestra que el mundo se ha fragmentado hasta el
punto que el número de estados representados en las Naciones Unidas se
ha casi quintuplicado desde su fundación en 1945.

Los estados son las unidades imprescindibles para organizar la
convivencia mundial o para fomentar las cientos de guerras locales o
regionales que se han producido en los últimos sesenta años. El
concepto de nación estado nace de la Paz de Westfalia de 1648. Tienen
legitimidad jurídica y actúan en nombre de todos sus ciudadanos.

Pero con contadas excepciones como es el caso de Francia y China, los
estados han tenido que ceder sus pretensiones monolíticas y han tenido
que ir cediendo poder, competencias, autogobiernos a unidades más
pequeñas para mejorar la gestión y prestar un mejor servicio a las
gentes que representan.

El gran auge registrado en España se debe a muchas causas. Una de
ellas es que ha habido paz política y paz social y el país ha
progresado. Otra razón es que el poder se ha descentralizado y la
libertad de los ciudadanos ha podido ser ejercitada disminuyendo la
burocracia y haciendo realidad lo que ya los griegos experimentaron
hace más de dos mil años siguiendo las tesis de Aristóteles cuando
decía que una comunidad política (polis) tenía que ser lo
suficientemente pequeña para que los ciudadanos se pudieran conocer
personalmente y reunirse en asamblea escuchando a los oradores y
participar directamente en las deliberaciones sobre los asuntos
públicos.

El estado nación no va a desaparecer en mucho tiempo. Pero sus
funciones han sido modificadas sustancialmente. Han cedido soberanía
hacia instituciones más amplias, el caso de la Unión Europea es
emblemático, o han aceptado la fragmentación de grandes territorios
que se han convertido a su vez en pequeños o grandes estados, como ha
ocurrido con la desmembración de la Unión Soviética.

Los agoreros sobre la unidad de España son los que identifican a otras
personas o territorios principalmente por su lugar de residencia y no
por sus características profesionales, culturales o históricas. Son
los que piensan que la unidad española sólo puede entenderse desde
Madrid sin tener en cuenta que la riqueza, la actividad económica y el
peso demográfico están en el Levante español.

Esta unidad de España así entendida no tiene futuro sino tiene en
cuenta la realidad en otros territorios peninsulares que han hecho
posible el éxito del estado autonómico creado a partir de la
Constitución de 1978.

Termina su ensayo Colomer diciendo que una pequeña nación como
Catalunya sólo podrá fortalecer su autogobierno democrático de forma
viable si fortalece su europeismo, su atlantismo y el uso de lenguas
francas como el inglés. Yo añado que sin despreciar el castellano, que
también es otra lengua franca y muy extendida en el mundo, que los
catalanes no pueden cometer el error de abandonar.

El problema es que Europa, la Unión Europea, vive momentos de
estancamiento, de confusión y de incertidumbre. Si los estados
reclamaran las cesiones de competencias cedidas a Bruselas la noción
del Estado español homogéneo y unitario, las naciones pequeñas, la
mayoría de ciudadanos europeos, perderían los autogobiernos que tanto
progreso han generado.

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