Ya están recogidos los toldos y guardados los cojines. Ya se han bajado las persianas y cerrado las puertas. El otoño ya ha comenzado para mi familia.
Este otoño no es metafórico, aunque bien podría serlo, sino más bien real. El traslado, las bolsas con la comida de la despensa, los animales en sus cajas... llega el traslado a la ciudad y, con él, la despedido al verde del jardín, al azul de la piscina, al rugir de fondo de las motos y los coches los días de carrera. Hola al gris, al humo, a los apretados metros cuadrados de la casa en Valencia.
También comienza otro tiempo. Para mí, al menos es así. Un tiempo distinto en el que no se puede mirar hacia atrás sin sentir... eso, una cierta melancolía. Como decía anoche Santi, "ahora el CEU es malo, el CEU es caca". Le haremos caso, ya que lo dice para bien.
Es una extraña sensación la de saber que mañana por la mañana no he de ir a trabajar. No termino de acabar a hacerme a ella. He estado, estas tres semanas, muy ocupado haciendo mil y una cosas, supongo que de manera inconsciente para que no me asaltara el miedo a lo desconocido, a la calle, a la inseguridad; para que no me afligiera la rabia de haber sido tratado injustamente; para que la gente que me rodea no se sintiera mal, peor, por la situación en la que me han obligado a estar.
Ser capaz de construir tantas capas alrededor de los sentimientos de uno no los ahoga, ni los disminuye, pero por lo menos disimula su expresión exterior. Son permeables, empero, y absorben todas las buenas sensaciones que me dan quienes me quieren y quienes siguen estando cerca, cada día, aunque haya cientos de kilómetros de distancia.
Y ya pasan cosas nuevas, como el viernes. Fue distinto, muy bonito en realidad. Un poco sorprendente, por lo inesperado. Una nueva puerta que se abre en mi vida.
Ahora es el momento de ir buscándolas.
Las puertas, digo, que quiero que se abran.
Y perder la vergüenza, y llamar a ellas, y preguntar si hay alguien dentro.
Y desear que me dejen pasar.
Este otoño no es metafórico, aunque bien podría serlo, sino más bien real. El traslado, las bolsas con la comida de la despensa, los animales en sus cajas... llega el traslado a la ciudad y, con él, la despedido al verde del jardín, al azul de la piscina, al rugir de fondo de las motos y los coches los días de carrera. Hola al gris, al humo, a los apretados metros cuadrados de la casa en Valencia.
También comienza otro tiempo. Para mí, al menos es así. Un tiempo distinto en el que no se puede mirar hacia atrás sin sentir... eso, una cierta melancolía. Como decía anoche Santi, "ahora el CEU es malo, el CEU es caca". Le haremos caso, ya que lo dice para bien.
Es una extraña sensación la de saber que mañana por la mañana no he de ir a trabajar. No termino de acabar a hacerme a ella. He estado, estas tres semanas, muy ocupado haciendo mil y una cosas, supongo que de manera inconsciente para que no me asaltara el miedo a lo desconocido, a la calle, a la inseguridad; para que no me afligiera la rabia de haber sido tratado injustamente; para que la gente que me rodea no se sintiera mal, peor, por la situación en la que me han obligado a estar.
Ser capaz de construir tantas capas alrededor de los sentimientos de uno no los ahoga, ni los disminuye, pero por lo menos disimula su expresión exterior. Son permeables, empero, y absorben todas las buenas sensaciones que me dan quienes me quieren y quienes siguen estando cerca, cada día, aunque haya cientos de kilómetros de distancia.
Y ya pasan cosas nuevas, como el viernes. Fue distinto, muy bonito en realidad. Un poco sorprendente, por lo inesperado. Una nueva puerta que se abre en mi vida.
Ahora es el momento de ir buscándolas.
Las puertas, digo, que quiero que se abran.
Y perder la vergüenza, y llamar a ellas, y preguntar si hay alguien dentro.
Y desear que me dejen pasar.
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