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El caso es que, de manera casual, he asistido a la proyección de tres filmes hechos en este país en muy pocos días y la sensación general es de gran satisfacción. Me han gustado mucho, me han llegado mucho, las he disfrutado como hacía tiempo.
Me he creído a casi todos los actores. Y ese es el gran problema que tengo con el cine patrio, que normalmente no me creo las actuaciones, tengo la sensación general de que cada actor se interpreta a sí mismo y no al personaje que le proponen. Pero en esta ocasión, en las tres ocasiones, no ha sido así.
Comenzado por el jueves, el debut cinematográfico de Daniel Sánchez Arévalo ha sido tal vez la que mayor sorpresa me ha provocado. Porque no esperaba nada, porque no sabía nada, porque acudía a la sala dispuesto a dejarme sorprender y con la premura, la necesidad de encontrar un buen tema para escribir la columna quincenal. ¡Y vaya si lo encontré! Seis actores, no más, han hecho falta para contarnos lo jodidamente complicado que es tomar decisiones y salir de esa caja en la que nos encerramos que es nuestra
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Luego, el sábado y de rebote, porque decidió Juan casi al azar, vimos Volver. Temeroso de no saber con qué iba a encontrarme, pese a las bondades que había leído de la nueva película de Almodóvar. El fiasco del anterior film del manchego fue taaaaan grande que los escudos estaban todos activados. Probablemente por eso la primera sonrisa tardó en aparecer, por eso los problemas de sonido que parece que NUNCA desaparecen del cine patrio resaltaban más que las circunstancias vitales de Penélope Cruz, un hallazgo la verdad; que la cara de pánfila de Lola Dueñas, su hermana en la ficción; que el corte de pelo que no pega ni con cola en un pueblo manchego del personaje que interpreta Blanca Portillo... En apenas un cuarto de hora todos los prejuicios habían desaparecido, los errores se veían abrumadoramente superados por la emoción, la entereza, la sorpresa, la alegría, la valentía, los cojones de un grupo de
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Y hoy hemos disfrutado de la hermosura de los rostros de Ariadna Gil, Pilar López de Ayala y Juana Acosta en Bienvenido a casa, la última propuesta de David Trueba. Y mira que me gustan poco las historias ambientadas en el mundo del periodismo, básicamente porque todas me suenan a falsas (sobre todo las series televisivas). Pero el caso es que la historia de amor entre Alejo Cuervo / Samuel y Pilar López de Ayala / Eva es un perfecto retrato de la transición a la madurez, el cambio de la vida alegre a la responsabilidad. A puñetazos, tal vez; con sangre, como debe ser, en la nariz o en la mejilla; con errores, como resulta inevitable; con tiempo, con esfuerzo y aunque sea intentando superar las trabas de las circunstancias, que más que ayudar parecen poner zancadillas una tras otra y en fila. Especialmente me ha gustado la manera en la que todas las facetas de la vida que se le presenta a Samuel ante el embarazo de Eva quedan perfectamente dibujadas en cada uno de sus compañeros de redacción: la cínica que esconde en lo más profundo la emoción verdadera, el ciego que mató a su amor y que sólo busca alguien que le cuente películas, el radical que se licenció en empresariales, el periodista deportivo que nunca leyó un libro (de esos conozco más de uno) y que huye del compromiso, el viejo fotógrafo que se jubila y que sabe que la vida es una puta corrosiva, el que va de sobrao pero está aislado del mundo, el padre (in)feliz que vive en una nube... Muchas opciones vitales que se extienden ante los ojos de un joven que va a dejar de serlo por su propio camino, mirando cómo algunos de los que le rodean son incapaces de tomar esas decisiones que hacen avanzar al propio ser y que, por ello, se quedan estancados. Algo que él descubre que no quiere hacer.
Una buena semana, sí señor.
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