En el tránsito hacia el amor hay desconcierto, ignorancia, vergüenza, dolor, ira y mucho sufrimiento. Nicole, el personaje interpretado magistralmente por Charlotte Rampling en Las llaves de casa, le dice a Gianni que sacar adelante a un niño enfermo (¿de qué? no es importante) es una manera de vivir, que no se dedica a otra cosa. Le dice, tambíén, que se prepare a sufrir.
Los quince años del niño no-actor alrededor del que gira toda la historia son el momento escogido por el director italiano Gianni Amelio para contar el primer encuentro con su padre. Para mostrar la perplejidad con la que un hombre maduro se enfrenta al momento más complicado de su vida. Para afrontar cara a cara la responsabilidad de la paternidad. Para disfrutar de la alegría y candidez de un adolescente que es todo ilusión. Para desplegar un torrente de emociones que hipnotiza a cualquiera que se aventure a observarlas.
Giusseppe Pontiggia es el autor de Nacido dos veces, de cuyas sensaciones se extrae la sustancia en la que está basado el guión de Las llaves de casa. La historia ya no transcurre en Milán, sino que partiendo de la capital piamontesa, viaja en tren hasta Berlín y finaliza en Noruega, donde se produce el reconocimiento final de la extraordinaria responsabilidad que supone tener a tu cargo a una persona discapacitada, como se le podría calificar eufemísticamente a Paolo. Donde las lágrimas al final explotan, tras una semana de ser soterradas, escondidas tras una forzada sonrisa y un “no pasa nada”. Es en la soledad de una carretera gris donde se produce la aceptación de lo inevitable, cuando el amor escondido hacia el hijo desconocido se impone a todo el sufrimiento nunca imaginado gracias a una sonrisa y a un abrazo.
Esas son sus armas, que les convierten en héroes cotidianos que salvan, día a día, la vida de los que les rodean.
Los quince años del niño no-actor alrededor del que gira toda la historia son el momento escogido por el director italiano Gianni Amelio para contar el primer encuentro con su padre. Para mostrar la perplejidad con la que un hombre maduro se enfrenta al momento más complicado de su vida. Para afrontar cara a cara la responsabilidad de la paternidad. Para disfrutar de la alegría y candidez de un adolescente que es todo ilusión. Para desplegar un torrente de emociones que hipnotiza a cualquiera que se aventure a observarlas.
Giusseppe Pontiggia es el autor de Nacido dos veces, de cuyas sensaciones se extrae la sustancia en la que está basado el guión de Las llaves de casa. La historia ya no transcurre en Milán, sino que partiendo de la capital piamontesa, viaja en tren hasta Berlín y finaliza en Noruega, donde se produce el reconocimiento final de la extraordinaria responsabilidad que supone tener a tu cargo a una persona discapacitada, como se le podría calificar eufemísticamente a Paolo. Donde las lágrimas al final explotan, tras una semana de ser soterradas, escondidas tras una forzada sonrisa y un “no pasa nada”. Es en la soledad de una carretera gris donde se produce la aceptación de lo inevitable, cuando el amor escondido hacia el hijo desconocido se impone a todo el sufrimiento nunca imaginado gracias a una sonrisa y a un abrazo.
Esas son sus armas, que les convierten en héroes cotidianos que salvan, día a día, la vida de los que les rodean.
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