Un libro de lujo financiado por el que probablemente sea el museo más importante del mundo es una pieza rara, una pequeña pero luminosa y pretenciosa obra de arte en la que no se sabe si la habilidad de Nicolas de Crécy para reunir obras de siglos distantes, dioses de civilizaciones añejas que siguen hacia la libertad a un perro mutante con genes de cerdo enamorado de su ama se debe a su enorme erudición, a un trabajo de documentación in situ enorme (algo que queda constatado en el índice final) o, como él mismo dijo durante la exposición de sus planchas en el museo parisino, “una demostración de cuán inculto soy”.
El vehículo de esta ficción es Hulk, un perro/cerdo que vive en un futuro frío, uno más del grupo que viaja sobre la inconmensurable capa de hielo que cubre lo que una vez fue conocido como Europa, constipado (y, por lo tanto, inútil en su función de rastreador) por una nieve perenne que reposa o se agita en las tormentas provocadas por un período glaciar consecuencia de un exagerado calentamiento global provocado por la mano del hombre y que lleva el nombre de los que los habitantes de ese futuro piensan que fue un dios.
“Período glaciar” es una crítica lacerante hacia las barbaridades científicas que se pueden llegar a decir cuando no se tiene ni puñetera idea de lo que se tiene delante (un mercado de abastos es tomado por un templo de oración). El desconocimiento de la historia exacerba la imaginación de los supuestos eruditos ante los cuadros del Louvre desparramados por el suelo. No puedes sino reír con las barbaridades que son capaces de elucubrar, pero ¿tienen más razón los actuales arqueólogos al interpretar los monumentos babilonios, o merecen éstos la misma reacción de hilaridad? Se trata, en fin, de una oda al arte que permanecerá vivo una vez hayamos acabado con la civilización que tantos milenos nos ha costado construir.
El vehículo de esta ficción es Hulk, un perro/cerdo que vive en un futuro frío, uno más del grupo que viaja sobre la inconmensurable capa de hielo que cubre lo que una vez fue conocido como Europa, constipado (y, por lo tanto, inútil en su función de rastreador) por una nieve perenne que reposa o se agita en las tormentas provocadas por un período glaciar consecuencia de un exagerado calentamiento global provocado por la mano del hombre y que lleva el nombre de los que los habitantes de ese futuro piensan que fue un dios.
“Período glaciar” es una crítica lacerante hacia las barbaridades científicas que se pueden llegar a decir cuando no se tiene ni puñetera idea de lo que se tiene delante (un mercado de abastos es tomado por un templo de oración). El desconocimiento de la historia exacerba la imaginación de los supuestos eruditos ante los cuadros del Louvre desparramados por el suelo. No puedes sino reír con las barbaridades que son capaces de elucubrar, pero ¿tienen más razón los actuales arqueólogos al interpretar los monumentos babilonios, o merecen éstos la misma reacción de hilaridad? Se trata, en fin, de una oda al arte que permanecerá vivo una vez hayamos acabado con la civilización que tantos milenos nos ha costado construir.
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