Analiza con su perspicacia habitual el bueno de Lluis Foix el abandono de la cartera de primer ministro inglés escenificado ayer poe Tony Blair, comparando el comportamiento de todos los presentes en la cámara con lo que aquí perpetran los tipos esos que dicen representar a la derecha auténtica.
Pero el tema no es ése. Sino que recuerda Foix una frase utilizada en los escaños británicos durante la Primera Guerra Mundial, cuando se enzarzaron en la triste y larga lucha contra los alemanes por el exangüe dominio del viejo continente: "right or wrong, my country". Pase lo que pase, nos equivoquemos o tengamos razón, lo hagamos bien o mal, lo hacemos por el país y eso es suficiente.
A lo que digo no. No lo es. Un país no debe ser algo por lo que luchar, ni vencer ni perder, y mucho menos morir. Un país sólo es un lugar común, un artificio creado por aquellos que querían mantener a toda costa su poder, su hegemonía, su riqueza frente a los que temían se la podían arrebatar. Una frontera no es más que una forma de aislamiento, de separar lo mío de lo tuyo, de mantener al otro alejado mientras disfruto de lo mío, que me he ganado ¿por la gracia de quién?
Detente un momento a pensar en las putas fronteras, ya sean de papel, de espino o de piedra, y después trasládate, aunque sólo sea mentalmente, por encima de la superficie. Mäs, más arriba. Hasta que no distingas un árbol de otro. Hasta que no seas capaz de diferenciar la carretera del campo que la rodea. Hasta que no veas más que elcúmulo de las grandes ciudades.
Y, una vez ahí, dime cuántas fronteras ves. No, esas no, las que Gaia ha puesto sobre la superficie del planeta no, sino las otras, las que usamos a diarios.
Verás que tengo razón. Tristemente.
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