Este es un buen momento para pensar en nosotros. Ahora que ya no estamos juntos, cuando la distancia entre tú y yo se hace cada día más grande.
¿Cuántas veces hemos mantenido esta conversación que ahora es sólo un monólogo? En estos años, más de las que puedo recordar. Aunque sé cómo, y cuándo, y dónde se produjo la primera.
Tú me pedías que me quedara contigo. Yo te explicaba las razones por las que no podía hacerlo. Era por la noche; cenábamos aunque no teníamos mucho apetito, en un local frente a tu casa.
Me costó mucho decirte aquellas palabras. Hablar de tu vida, y de la mía, en términos que no eran los que quería utilizar, sino los que en ese momento no tenía más remedio que usar.
Tú no estabas de acuerdo, y me decías que seríamos muy felices juntos. Que lo que tú me estabas dando y lo que ibas a darme a partir de ese momento era lo mejor que me había pasado en mi vida. Que yo lo que quería hacer era estar contigo. Que era un cobarde por no aceptar lo que era y cómo lo era, por mantenerme pegado a una vida que no me hacía feliz.
Y tenías razón.
Yo sabía que era así y, sin embargo, no fui capaz de coger todo lo que ponías en mis manos. Fui cobarde, en esa primera ocasión, como lo he sido innumerables veces desde aquel momento. Mis argumentos de entonces se repitieron a lo largo de los años hasta que, efectivamente, seguiste un camino en el que yo no estaba, como ahora ha sucedido.
¿Ves?
Al final, yo también tenía razón.
¿Te alejas ahora porque no fui capaz de mantenerte a mi lado?
¿O te alejas ahora que ya sabes cómo soy en realidad, cuando ya has pasado por encima de todas las caretas que uso día a día y has visto que, en mi interior, no estaba la persona a la que tú buscabas, a la que tú amabas, a la que tú querías acompañar durante el resto de tu vida?
Hoy no tengo más remedio que llorar en mi soledad tu ausencia.
Y seguir adelante, puesto que ya no estás.
Aquí.
Conmigo.
Roma.
lunes, diciembre 06, 2004
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario