Si tuviera un espíritu marinero, ahora mismo estaría sumido en un profundo desasosiego, ya que mañana comienza un viaje hacia las Américas en el que se demuestra que hoy, el viaje, es lo de menos, un mero tránsito. Se ha perdido el camino, que se ha tornado en traslado.
¿Qué otra cosa si no es salir de una ciudad mediterránea camino del otro lado del océano, y dirigirse tierra adentro para hacer escala en una ciudad que por todo puerto tiene un río con el agua poco más que estancada? No me rebelo contra ello, y sin duda que el destino merece dicho peaje, pero no puedo llamarlo viaje como lo fueron los que describieron los poetas en sus relatos épicos, que tal vez no fueron más que oníricos.
El medio es lo más cómodo. El avión es lo más rápido. Pero en el interín, desaparece toda sensación de espacio recorrido y se cambia por un trastorno físico que, de manera abrupta, te engulle cuando se ha completado el recorrido sobre las nubes y has llegado, apenas algo más que súbitamente, al otro lado del mundo, y no te has enterado.
Claro que, una vez allí, no hay sitio más que para el gozo. Continuo. Sin apenas descanso. Pero despacio, para llenarse de los aromas, las luces, los ruidos y los silencios que tan bien recuerdo sin haberlos conocido aún.
Así que partimos.
¿Qué otra cosa si no es salir de una ciudad mediterránea camino del otro lado del océano, y dirigirse tierra adentro para hacer escala en una ciudad que por todo puerto tiene un río con el agua poco más que estancada? No me rebelo contra ello, y sin duda que el destino merece dicho peaje, pero no puedo llamarlo viaje como lo fueron los que describieron los poetas en sus relatos épicos, que tal vez no fueron más que oníricos.
El medio es lo más cómodo. El avión es lo más rápido. Pero en el interín, desaparece toda sensación de espacio recorrido y se cambia por un trastorno físico que, de manera abrupta, te engulle cuando se ha completado el recorrido sobre las nubes y has llegado, apenas algo más que súbitamente, al otro lado del mundo, y no te has enterado.
Claro que, una vez allí, no hay sitio más que para el gozo. Continuo. Sin apenas descanso. Pero despacio, para llenarse de los aromas, las luces, los ruidos y los silencios que tan bien recuerdo sin haberlos conocido aún.
Así que partimos.
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